Si a cualquier prohombre de México con ambiciones de gestión pública entre las ciencias, las letras o el mundo académico le preguntan qué prefiere, si ser ministro del Gobierno de su país o rector de la Nacional Autónoma de México (UNAM), elegiría lo segundo. La universidad más grande del mundo, con más de 300.000 alumnos, que se elevan a cerca de medio millón si se cuentan doctorandos y otros matriculados de bachillerato, es todo un referente en el mundo latinoamericano e hispanohablante. Actualmente tiene al frente a un cirujano con carácter, cintura diplomática y una afición bien sana a cantar verdades llamado José Narro. Obsesionado con reducir a cero el analfabetismo de un país que cuenta con casi 120 millones de habitantes, Narro ejerce de conciencia activa ante las autoridades de los Gobiernos mexicanos, además de azuzar constantemente la lucha por reducir las desigualdades. Orgulloso de haberse formado desde primaria en el sistema de educación pública de su país, Narro se encuentra actualmente al mando de la institución cultural y educativa más basta de México, que, según él, se gobierna mediante un método de plena autonomía colegiada. Preocupado por los retos de la expansión del español, este médico se muestra activo en la estrategia de la expansión de la lengua en el mundo global con acuerdos que le unen al Instituto Cervantes, junto a cuya sede de Madrid, en la oficina que han abierto para desarrollar una colaboración conjunta en el Centro de Estudios Mexicanos, nos recibe en uno de sus saltos a España, país con el que anda forjando cada vez mayores lazos.
En un lugar como la UNAM, donde entre alumnos universitarios, bachilleres y doctorandos llegan casi a 500.000, resulta difícil conocerlos por su nombre de pila, ¿o sí? ¡Imposible! Además, tenemos los cerca de 40.000 profesores y 30.000 trabajadores de base, de confianza… Es absolutamente imposible.
Resultará como gobernar una ciudad. ¿Cómo se hace? ¿Cómo se fijan las prioridades o se determina lo urgente? ¿Cómo se le imprime personalidad a un proyecto así? Yo podría contestarle por la vía fácil y decirle que no sé.
Lo entendería perfectamente. Pero no lo voy a hacer. ¿Qué pasa? ¿Por qué funciona? Por varias razones. Lo he explicado. Primero porque es una institución que en menos de 40 años cumplirá 500 de existencia; tiene una gran tradición. Junto a eso, ha ido generando espacios de responsabilidad para los decanos y directores en una organización no muy vertical. Su funcionamiento es más horizontal. Los responsables de las áreas toman sus propias decisiones, realizan sus programas, tienen sus consejos internos. Gozamos de una vida colegiada muy intensa y fructífera en consejos, los patronatos, comisiones, miles de universitarios que forman parte de las estructuras de gobierno y formulan planes de gobierno. Esa es otra de las razones. Y la última, pero no menos importante, los universitarios tenemos una gran identidad: los unamitas somos muy plurales, de jóvenes a viejos, muy variados políticamente también, pero todo englobado en la comprensión de lo que es la vocación universitaria.
¿Muy consecuentes, pues, con la propia vocación autónoma que lleva en su nombre? Absolutamente es así, cultivamos la descentralización en el mando dentro de un mundo en el que las tareas académicas requieren mucha libertad. No es una empresa en la que se impone una estructura vertical. La tarea académica, lo mismo en el aula que en los departamentos, precisa libertad. Y me precio de que la UNAM existe para expresarse, para crear. También damos espacio para la prueba, el ensayo, la audacia.
Pero también es un lugar desde el que se ejerce influencia. Un rector de esa universidad ostenta más poder que un ministro del Gobierno mexicano. ¿Es así? No lo creo.
Pues me da la sensación de que sí. Yo no he sido ministro y, por tanto, no lo puedo comparar, pero lo que sí le puedo decir es que ser rector de la universidad, en lo personal, ha sido la mayor satisfacción de mi vida. Es un puesto muy difícil, a veces solitario, que implica responsabilidad 7 días a la semana, 12 meses al año.
Usted mismo me lo va reconociendo: si uno se convierte en rector de la UNAM, ¿para qué va a querer ser ministro del Gobierno? Yo respeto mucho a los funcionarios, pero mi puesto, la designación que recayó en mí, honestamente se lo digo, no la cambio.
Ese poder va investido de una autoridad moral grande. ¿Qué dimensión debe tener en ese aspecto? Requiere dos tipos de autoridad: la burocrática no funciona, pero sí la académica y la moral. Un rector sin principios y valores, sin ejercerlos, no puede estar en ese cargo. Semejante tamaño demanda muchas cosas. Lo que es aplicable a nosotros debe prevalecer en la Administración pública.
Pero en un país como México y con una estructura más o menos estable dominada por el PRI, la transparencia, sentirse expuesto, debe ser algo delicado. ¿Cómo lo encaran? Creo que el poder que emana de la universidad debe caracterizarse más por lo ético y lo moral, sobre todo a la hora de plantear los grandes temas que nos urgen. La preocupación debe ser general y estar al tanto de los temas más candentes del país. Debe alzarse como una voz con vocación de ser escuchada porque representa a una comunidad pensante, que estudia, analiza, indaga y propaga conocimiento. Por eso debe detectar problemas y avanzar soluciones para los mismos. Se lo digo con todo convencimiento. La tarea de un rector de la UNAM es política, sí, aunque no como fin. Un responsable que tiene como objetivo eso en la agenda se equivoca.
¿Es conveniente ser cercano al partido del Gobierno para ejercer el cargo? Yo he vivido dos legislaturas. Una con el partido de Acción Nacional y ahora con el Partido Revolucionario Institucional. Doce años en esta alternancia es un periodo largo. Las condiciones han cambiado. He tenido buenas relaciones con unos y con otros. Buenas y respetuosas; a lo mejor no gustan algunas de las cosas que proclamamos allí, pero nunca he recibido un comentario que lo censure.
Narro (Saltillo, México, 1948) ha dedicado casi toda su vida a la actividad académica desde que en 1973 lograra doctorarse en cirugía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En 2007 fue nombrado rector de la misma, una tarea que debe concluir en 2015, y desde entonces se hizo cargo de una institución refundada en 1910, pero con una historia que nos llevaría a sus orígenes y su germen en 1551. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Birmingham, en Reino Unido, donde cursó estudios de posgrado a finales de los setenta, o la Juárez Autónoma de Tabasco, ha desempeñado otros cargos públicos dentro del Distrito Federal, como la dirección general de Servicios Médicos, o a nivel nacional.
¿Qué cree que, de todo lo que haya podido decir, no le ha gustado al Gobierno? Pues no sé, pero la verdad es que de tanto en tanto hay que ir recordando los problemas de fondo que tiene nuestro país.
¿El analfabetismo, por ejemplo? Estoy muy preocupado por asuntos pendientes de siempre. Una de las cosas que me empeño en recordarnos a los mexicanos es que no podemos echar la culpa a los Gobiernos inmediatamente anteriores. El analfabetismo no tuvo que ver con algo que no se hiciera en 2012 o 2013 o el PRI de 1929 en adelante. Ni siquiera llegó con los españoles. La diferencia, la pobreza, la desigualdad, ha existido siempre. Lo que yo digo es que ya basta. Para ser una nación moderna, México debe resolver esos problemas históricos; si no se afronta el rezago de siempre, no llegaremos a convertirnos en una nación moderna así tengamos una economía que se encuentra entre las 15 más influyentes, algunos de los personajes que se incluyen en las listas de los más ricos o de los más destacados en la ciencia, en la creación, en el arte. No es cuestión de que unos pocos salgan adelante, sino de ser un país más equilibrado, más justo, en el que las lacras de esa injusticia no sigan haciendo estragos. A mí me indigna que en 2014 mi país cuente con cinco millones de habitantes mayores de 15 años que no saben leer ni escribir, no sé si se dan cuenta de lo que significa eso: que en el mundo contemporáneo, para esas personas, la exclusión será todavía más fuerte que en el pasado.
Por no hablar de que la ignorancia genera más violencia. ¡Por supuesto! Y esta se encuentra agudizada. Con otros asuntos que andan otra vez reproduciéndose sin cesar: la pobreza, la violencia, la injusticia, no son problemas sólo de México. Pero nos afectan, como nos afectan la corrupción y la impunidad. No son lacras exclusivas nuestras, quizá porque ahora andemos ventilándolas nos sentimos más expuestos a eso, pero no es un asunto exclusivamente nuestro, como tampoco somos el país más inseguro, pero no por eso nos deja de preocupar. Es más, aumenta la desazón porque son conflictos históricos que vienen de diagnósticos como el de Humboldt, en su viaje allá por 1803: los contrastes terribles de una ciudad maravillosa, como México Distrito Federal, que podía pasar por europea hasta que se topó en las propias calles del centro de la capital con unas bolsas de pobreza tremendas. Pues eso que nos pasaba entonces… bueno, pues no está resuelto.
No me extraña que se le enfaden, con esta pasión con la que habla usted. Y más recordando esos diagnósticos de cirujano aplicando su ciencia médica a la política… Yo soy médico y me enseñaron muchas veces que si no diagnostica uno bien, no hay medicina que sirva para quién sabe qué o para todo. Necesitamos un muy buen diagnóstico y me preocupa que en política prima a quién cargarle la culpa, no la solución. ¡Resolvámoslo! A ver, el analfabetismo, ¿tiene solución? ¡Claro que sí!
Como en casi todas partes. ¡Pues solucionémoslo! Yo he escuchado a nuestro ministro de Educación que va a arrancar una campaña de alfabetización por todo el país. Los mexicanos necesitamos saber que podemos llevar a cabo hazañas. Acabar con esa lacra lo sería. Combatir a fondo, bien a fondo, los niveles de desigualdad sería otro. Asegurar a la gente, a los indígenas concretamente. No es posible que lleven siglos viviendo en esas condiciones. ¡El analfabetismo y la desigualdad, si no se solucionan, se heredan! Perdone la enjundia que le doy al tema, o la pasión.
No, no, sin problema. Lo que le brota es la raza de su lema en la UNAM, porque es a esa raza, en el sentido de carácter, a lo que se refieren y no a otra, espero. Sí, desde luego. El lema, concretamente, dice: “Por mi raza hablará el espíritu”.
¿Me lo explica? Siempre fue un lema controvertido. Pero no se refiere a un grupo étnico, sino a un pueblo. En ese caso se emplea con una connotación que tiene que ver con la actitud. Es un lema de Vasconcelos, viene de los años veinte. Él nos dio el lema, el escudo y esa vocación de compromiso social.
Los matices del idioma nos llevan a explicar muchas cosas. Y también a que me cuente quién cree que debe liderar la expansión del español por el mundo. La alianza de su universidad con el Instituto Cervantes, ¿ayudará a establecer criterios comunes que eviten las estrategias individuales? Esto es un asunto que debe abordarse con los máximos esfuerzos posibles.
Pero, sin embargo, es algo que, al menos en España, los Gobiernos siguen sin creerse. La aportación del Estado al Instituto Cervantes se ha reducido en un 45% desde hace cuatro años. ¿Por complejo de inferioridad? O por complejo de superioridad… más bien, eh.
¿Ah, sí? Toca usted un gran tema, que es el de nuestra lengua y el de nuestras raíces. Con mucha frecuencia, lo que nos ha pasado es que somos poco capaces de coordinarnos. Yo tenía un maestro que me decía precisamente que el verbo coordinar es muy difícil de conjugar y llevar a la práctica. Unos lo confunden con mandar. Y dicen: vamos a coordinar. Otros lo mezclan con someterse, y entonces reaccionan al contrario: a mí nadie me coordina. Y en esa actitud se nos va el tiempo, los días y los años, y no avanzamos. El español es una parte de nuestra riqueza, cuando usted ve que lo hablan 500 millones y que refleja nuestra variedad viva, rica, llena de matices y que es una lengua…
Deseada… Deseada, efectivamente.
¿Por qué no darle un matiz más útil o instintivo a eso? Pues sí. ¿Por qué no aprovechar esa riqueza de la cultura que es tan cercana y contagiosa? ¿Por qué no comprometernos a mejorar su enseñanza? ¿Por qué nos preocupa tanto a los mexicanos? Porque somos el mayor país en términos de hablantes. Somos 118 millones. Sin contar quienes han emigrado a Estados Unidos. Y así le empezamos a echar cálculo y nos hemos propuesto que sea uno de los grandes proyectos en la comunidad hispanohablante. Debemos tomarlo como parte de la política no sólo educativa, sino de la diplomacia exterior. Una política de Estado. Pero nos topamos con el mismo problema de España. Algunos de nuestros personajes con mando en ese campo no se lo creen. Somos tan parecidos a ustedes, ¿verdad?
Pues, señor doctor, ya hemos diagnosticado otro mal. Sí, y necesitamos superarlo. Pero no vamos a recetar cirugía; con una medicina casi homeopática, esa motivación que echamos en falta en los políticos la podremos resolver.
¿Hace a menudo comparaciones con el México que usted vivió de niño con respecto al de ahora? A grandes rasgos, ¿en qué ha cambiado? México ha cambiado mucho. Yo nací, para que usted no me calcule así la edad…
Con Internet, eso no hay quien lo evite. En 1948. En ese año nací en Saltillo, al norte de México. Mi padre era médico, y yo, el mayor de los hijos, ocho hermanos. Mis padres se casaron muy jóvenes y me tocó ver junto a mi padre el México rural. Yo di mis primeros pasos en la escuela en una comunidad de campo, en un gran galerón con grupos separados con un profesor para todos. En tercero nos mudamos a la ciudad de México y soy producto de la educación pública de mi país, desde la primaria hasta la universidad. Y le puedo decir: ¡claro que hemos cambiado! ¡Muchísimo! Cuando yo nací, los niños se morían de viruela, de sarampión, de polio… así decenas de miles. Existía desnutrición en grado extremo y una pobreza aún más lacerante, en fin. Los centros urbanos eran menores. Yo pertenezco a la generación de la radio, ni siquiera a la de la televisión; mis nietos son de la generación digital.
¿Y sus hijos? ¿Del ‘Chapulín colorado’ y ‘El Chavo del ocho’? O más atrás… El acceso a la educación ha sido un gran cambio, pero debemos profundizarlo. Si vemos los números, observamos que se ha multiplicado por muchas cifras. Hoy tenemos más de tres millones de mexicanos en edad universitaria, pero no es suficiente, debemos intentar que en los próximos 10 años esa cifra se multiplique por dos. Claro, México ha cambiado, ha avanzado, pero muchos problemas persisten.
“Me indigna que en México haya cinco millones de analfabetos”
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