Lo más parecido a un laboratorio de genética es otro laboratorio de genética: frascos de soluciones tamponantes, micropipetas de tres calibres, centrífugas de mesa, incubadoras a 37 grados o a cualquier otra cantidad de grados y, sobre todo, un montón de ordenadores escupiendo secuencias de ADN a la cara de los becarios y los investigadores posdoctorales, textos arcanos que esconden orígenes comunes profundos sepultados en la noche de los tiempos, textos que significan, si uno sabe leerlos, ideas nuevas que algún día servirán para empujar el conocimiento o aliviar el sufrimiento humano. Y en el caso de Ginés Morata hay que añadir las moscas. Miles de moscas con los ojos de todos los colores y con valiosos elementos genéticos de diseño integrados entre sus genes naturales, esperando a saltar a un cromosoma u otro para arrojar luz sobre un misterio inédito.
Si uno quiere ser un benefactor de la humanidad, trabajar con moscas parece una idea extravagante y ridícula, como la de esos sabios cazcarrientos que se dedican a clasificar las 100.000 especies de escarabajos que pueblan este planeta prolijo. Morata, premio Príncipe de Asturias y uno de los mejores genetistas del mundo, lleva media vida luchando contra ese estereotipo. Como buen investigador sabe aceptar las críticas, pero sabe que esa es una crítica de bajo nivel, nacida de la ignorancia científica o de la delincuencia intelectual. Sabe que la mosca, su mosca, Drosophila melanogaster, ha generado lo más importante que sabemos sobre la biología humana: los genes esenciales para la arquitectura de nuestro cuerpo, los procesos clave que permiten proliferar ordenadamente a nuestras células, los principios generales que subyacen a nuestra salud o a nuestra enfermedad. Si el conocimiento es poder, no hay actividad altruista más poderosa que la que practica este hombre humilde en las formas y ambicioso en el fondo, en aquellas profundidades espeleológicas donde se cuece ahora mismo nuestro futuro.
Sus objetivos actuales no pueden tener menos que ver con la clasificación de escarabajos: son el cáncer y la regeneración de los órganos humanos. Oh sí, la mosca es un sistema de vanguardia para estudiar esas cosas. Crece rápido, se reproduce como las setas y su lógica interna resulta transparente para los genetistas y los biólogos moleculares que llevan un siglo estudiándola, desde que Thomas Morgan y su prodigioso equipo de cerebros la utilizaran, en su pequeño laboratorio de la Universidad de Columbia en Nueva York, para crear la genética, la misma ciencia que condujo en los años cincuenta al descubrimiento de la doble hélice del ADN —el secreto de la vida— y que ha impulsado los actuales proyectos genoma que están revolucionando la biomedicina.
Comprender el cáncer y descubrir las claves de la regeneración de los órganos humanos. Todos los laboratorios de genética parecen el mismo, pero el diablo que mora en los detalles nos susurra que estas cuatro paredes donde se ha sepultado Morata durante media vida ocultan una importante clave del futuro, una fórmula secreta que los científicos más creativos sabrán arrancarle a la naturaleza para aliviar el sufrimiento humano. Ridículo, ¿verdad?
Las dos alas de la medicina
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