Saturday, July 5, 2014

Que no


La anencefalia, exencefalia o acráneo; la hidranencefalia; la holoprosencefalia alobar; la atresia laríngea o traqueal; la agenesia diafragmática o la renal bilateral; una patología renal bilateral con secuencia Potter y de comienzo precoz; la Ectopia cordis; la Pentalogía de Cantrell; el Síndrome de bandas amnióticas; el Limb-body wall complex; la displasia esquelética letal con hipoplasia torácica y afectación precoz; y algunas cromosomopatías como la trisomía 18, la 13, la 9, o triploidias.


Lean, retengan de memoria. Sobre todo, las muchachas que estén en edad de procrear. También sus novios. O los padres y las madres de esas chicas. Todos ellos habrán de tener presente ese listado de pesadilla si es que la joven se ha quedado embarazada y no queriendo, por la razón que fuera, seguir adelante con su embarazo, se plantea la posibilidad de acogerse a cualquiera de las anomalías que en el párrafo se señalan. La lista de enfermedades incompatibles con la vida está confeccionada por el Comité de Bioética de la Sociedad Española de Ginecología. Lo cual no quiere decir que los ginecólogos estén de acuerdo con que sólo si se contempla una de estas enfermedades en el feto la mujer tenga derecho a abortar. A estas alturas, el debate sobre la ley del aborto planteada por el ministro Gallardón se ha convertido en algo siniestro. Enhorabuena, señor ministro. Está usted con su lápiz corrector de leyes, investido no ya en ministro del Gobierno de un país sino en el difícil papel de un ministro enviado por Dios, distinguiendo entre las enfermedades del feto que a la madre le permitirán abortar y aquellas otras que protegerán, como al ministro le gusta recalcar, la vida del concebido; y es que aunque parezca de guasa, este ministro de justicia divina quiere pasar a la historia de la democracia por haber legislado a favor de los niños, y también por amparar a las embarazadas. Gracias.



Protegidas por la bondad de Gallardón, están las mujeres españolas, ciudadanas a las que este ministro y, por tanto, el Gobierno al que pertenece, considera tan menores de edad, tan inmaduras, que ha debido confeccionar, con generosidad paternalista, el siniestro listado de malformaciones para que la joven que esté tratando de interrumpir su embarazo respire aliviada si es que la naturaleza ha tenido la generosidad de concederle a su feto una de esas enfermedades espantosas que le servirán de pasaporte para tener un aborto en condiciones sanitarias seguras. El señor ministro, en toda su infinita compasión, no desea que las mujeres que aborten ilegalmente, que según esta ley serán casi todas, paguen con la cárcel. De ninguna de las maneras. Al fin y al cabo, ellas no tienen la madurez suficiente como para decidir por sí mismas, por tanto no son las responsables últimas de sus actos, y tampoco están preparadas como profesionales del embarazo, por tanto, el que tendrá la última palabra será el ginecólogo. Si se diera el caso de que el médico se saltara la ley y le practicara a su paciente una interrupción del embarazo que no contemplaran esos supuestos, sería él quien tendría que responder ante la justicia. Con lo cual, lo que esta ley consigue muy cucamente es que sólo tengan derecho a poseer una conciencia ética aquellos profesionales que estén en contra del aborto; al resto, a aquellos que creen en la libertad de la mujer para actuar según su conciencia, se les niega actuar según sus principios. 


De todo esto parece que ya se ha escrito, ¿verdad que parece que está todo dicho? Pues no ha sido suficiente. Tampoco han sido suficientes las multitudinarias manifestaciones de mujeres, y de hombres comprometidos con la libertad de las mujeres, que llegaron a las puertas del Congreso para exigir que no volvamos a la lamentable realidad de antes del 85. El ministro desoyó el clamor, hizo oídos sordos a las palabras libertad, sanidad pública. Y decidió enrocarse en una ley que actuará contra una realidad que no va a modificarse por la prohibición: las mujeres han abortado siempre. Lo único que debe facilitar la ley es que lo hagan con la máxima seguridad sanitaria. Pero esta gallardonada histórica espera el momento de llegar al Congreso. La ley de risible título (de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada, ¡madre mía!) sigue su curso, vive latente en un oscuro cajón de la mesa del ministro, esperando su victoria final. En septiembre, tendremos que ver qué pasa con ella. Y mientras, nuestro presidente del Gobierno, ese hombre enigmático del que no sabemos muy bien lo que piensa y que se caracteriza por no querer que sus ministros le vayan con problemas, lo cual es todo un hito estando al frente de un país como España, se pregunta, creo yo que se pregunta (estoy especulando), por qué coño le permitió al ministro Gallardón que se engolfara con una ley de la que nadie se quejaba (salvo cuatro fanáticos religiosos) y que no hacía ruido, dado que las cuestiones íntimas de las mujeres suelen dirimirse en silencio. Pero habrá que advertirle que igual que la ley respira como un alien a que llegue el otoño para hacer notar, nosotras, también vosotros, esperamos el momento de salir a la calle para decir que no. Que no. Que de ninguna manera, oiga.




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