Wednesday, September 24, 2014

Soraya en Roma



Soraya Sáenz de Santamaría, indudable vencedora de la ‘crisis Gallardón’, viajó a Roma hace diez días para informar al Vaticano de la renuncia del Gobierno español a una legislación mucho más restrictiva sobre el aborto, ofreciendo garantías de que esta decisión estratégica, contraria a la doctrina de la Iglesia católica, no significará, en modo alguno, una súbita conversión del Partido Popular al laicismo. La vicepresidenta, además, marcaba territorio y dejaba claro que las relaciones del Gobierno con la Santa Sede pasan por su persona, por excelentes que sean las relaciones de otros miembros del Ejecutivo con el ámbito eclesiástico. Objetivo del viaje: avisar, atemperar y delimitar. Lunes, 15 de septiembre.


La vicepresidenta fue recibida por el nuevo secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, un diplomático curado de espantos: embajador en Venezuela, después de haber servido en las nunciaturas de Nigeria y México, representante del Vaticano en la conferencia de revisión del tratado de No Proliferación Nuclear, tenaz negociador con el gobierno comunista de Vietnam y ‘número dos’ del papa Francisco tras haber establecido desde Caracas una óptima relación con el episcopado latinoamericano.


Nacido en la región italiana del Véneto, donde los vientos autonomistas también soplan fuertes, Parolin está bien informado sobre España y sabe que la exigencia de revisión de los acuerdos Iglesia-Estado de 1979 ya figura entre los puntos principales de un PSOE asustado por el auge de la plataforma Podemos. Un día esa carpeta se abrirá. Parolin habla un perfecto castellano. En septiembre del año 2006, siendo subsecretario vaticano para las Relaciones con los Estados, recibió a una delegación de la Generalitat de Catalunya, encabezada por el conseller Joaquim Nadal. El primer gobierno tripartito se hallaba en su fase final y los socialistas catalanes quisieron presentar excusas por la desgraciada y muy comentada foto de la corona de espinas en Jerusalén. (El segundo gobierno tripartito, presidido por José Montilla, fue especialmente atento con la Iglesia católica).


Parolin, por consiguiente, se entrevistó con Sáenz de Santamaría con una buena carpeta sobre España en su despacho. El encuentro fue presentado a la prensa como una visita de cortesía para tratar del casi seguro viaje de Francisco a España en el 2015, con motivo del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Ávila. Una cortesía con crema catalana. La cuestión de Catalunya también formó parte del temario abordado por ambos interlocutores. Según escribe Antonio Pelayo, el más veterano de los corresponsales españoles en Roma, en el último número de la revista católica ‘Vida Nueva’, la vicepresidenta salió de la audiencia entusiasmada por la calidad de su interlocutor: “¡Vaya nivelazo el del señor cardenal!”.


El viaje de SSS a Roma vino precedido, pocos días antes, por una interesante filtración periodística sobre la inminente retirada de la ley Gallardón, en el marco de la estrategia gubernamental para el nuevo curso político. Atribuir esa filtración a una maquinación de la Moncloa –o del ministro de Justicia, dispuesto a maniobrar hasta el último minuto, intentando provocar una airada reacción de la Iglesia contra el Gobierno–, sería menoscabar el excelente trabajo de la periodista Lucía Méndez para el diario ‘El Mundo’. No todo en la vida –incluso en la vida periodística– lo mueven hilos invisibles, pero lo cierto es que Sáenz de Santamaría viajó a Roma con tarjeta de presentación, diez días antes de doblarle el pulso al ministro Ruiz Gallardón, eterno aspirante a puestos superiores.


El Vaticano no ha reaccionado airadamente, por el momento –“¡vaya nivelazo el del señor cardenal!”–, y la respuesta de la Iglesia española se limitó, el pasado martes, 22 de septiembre, día de autos, a un tuit del secretario de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, con el siguiente texto: “El ‘consenso electoralista’ de partido no legitima la muerte de seres humanos inocentes. Hay principios no negociables”. Un tuit. Los órganos de gobierno del episcopado se reúnen la semana próxima.


Un tuit. Un trino en un nuevo paisaje sin cardenales españoles en primera fila de la política. Por primera vez en muchos años, no hay eclesiásticos de “hierro” en el palacio de la política española. El incombustible cardenal Antonio María Rouco Varela acaba de ser jubilado y al cardenal Antonio Cañizares se le ha asignado la diócesis de Valencia, lejos de Madrid y Barcelona, sedes a las que había aspirado en los últimos meses. El nuevo arzobispo de Madrid, el cántabro Carlos Osoro llega con el mandato de Francisco de atemperar el perfil político de la Iglesia española, en beneficio de una labor pastoral más cercana a los necesitados. El Papa quiere más ‘franciscanismo’ en España. Más sociedad, menos política.


El actual presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, está en esa línea y nunca ha sido un hombre muy eligerante. Y el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, catalanista sin bandera ‘estelada’, es en estos momentos la prudencia personificada. Hay disgusto, pero no habrá colisión frontal.




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